lunes, 2 de julio de 2012

El Mural

es pintura realizada o aplicada sobre un soporte fijo de grandes dimensiones (muros o paredes) y que normalmente funciona como relato, es decir, con episodios distribuidos gradualmente sobre la superficie, logrando un sentido de narración, conjunto y unidad.


Normalmente, un mural se realiza pintando directamente sobre el muro. Sin embargo hay posibilidades más complejas: la técnica del ‘fresco’, que consiste en pintar sobre yeso mientras éste aún está húmedo. Cuando el yeso se seca, sucede una reacción química: se crea una película sobre los colores, quedando éstos permanentemente integrados al yeso.

Como condiciones generales, el mural requiere de permanencia, ausencia de brillos y de reflejos en la superficie, así como accesibilidad y visibilidad para el espectador, quién debe poder desplazarse a lo largo del muro para “leer” la obra.

La pintura mural o fresco se practica en todas las culturas desde la Prehistoria y en Europa fue popular hasta el siglo XVIII.

En el ámbito contemporáneo, el arte latinoamericano encuentra en México un momento de particular interés cuando se desarrolla el arte del mural.
 
El Muralismo como corriente estética tiene gran auge entre los años veinte y cuarenta del S.XX, inmediatamente después de la Revolución Mexicana. Esto es así porque los cambios sociales resultantes de ese periodo generan una postura frente a la representación en las artes y sobre todo un interés en cuanto a la circulación y democratización de las mismas. De este modo, el muralismo se identifica con mexicanismo, humanismo y universalismo.


José Vasconcelos, relacionado en aquel entonces con la Secretaría de Educación y Arte, llamó a varios pintores mexicanos para decorar los edificios públicos, con el propósito de llevar a los muros, temas y personajes históricos que alimentaran el discurso e ilustraran al pueblo.

En el D.F se distinguen esencialmente tres autores: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

El muralismo pretendía responder a los ideales revolucionarios y a la paz política y no es en sí una técnica como el mural o fresco: es una escuela o movimiento.
 
Muralismo en Chile
 
En Chile, el muralismo se inicia con las brigadas que se organizaron en los años setenta con fines propagandísticos, las cuales, tras el triunfo de Allende, funcionaron como mensajes concientizadores sobre las responsabilidades del Estado y la Sociedad.


Entre las brigadas más conocidas están Ramona Parra (aún activa), Inti Peredo y Elmo Catalán, las que instauraron un lenguaje particular y con funciones determinadas: rellenos y fondos en colores puros que vibran al interior de gruesas líneas negras del brochazo delineador, e instauración de símbolos (palomas, puños, rostros, estrellas) para formar imágenes fuertes e impactantes que transformaron el paisaje urbano de principios de los setenta. Con el Golpe de Estado en Chile, el movimiento se interrumpió, subsistiendo apenas como resistencia política.

Con el regreso de la democracia, los artistas han realizado murales en universidades, edificios del centro de la capital, en Valparaíso (donde hay un recorrido especial llamado Museo a Cielo Abierto con 20 murales de artistas chilenos) e incluso en el Metro.

A esta técnica recurren diversos autores chilenos, tales como


Mario Carreño, Gregorio de la Fuente, Julio Escámez, Laureano Guevara, Pedro Olmos, José Venturelli, Mario Toral, Voluspa Jarpa, Natalia Babarovic, Enrique Zamudio y José Balmes.

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